REVISTA PUERTOS Y NAVIERAS - 11/04/2018
Editorial.
La insoportable levedad de la Gobernanza de ser presidente.
Cada vez hay más hechos que confirman las grandes deficiencias de la gobernanza portuaria en lo que se refiere a las figuras del presidente de un puerto y el director, incluso de la figura de Presidente de Puertos del Estado. Todo el mundo está de acuerdo, pero nadie mueve un dedo. Mientras los espectáculos se suceden. Un presidente portuario, no responde a nadie, a ningún órgano, hasta un alcalde responde a su corporación. Tampoco responden de las razones cuando los cesan.
Desde el reciente rifirrafe que afloró en la prensa del presidente de Puertos del Estado con un empleado del puerto de Tenerife en la inauguración de Granadilla. Donde el presidente José Llorca acabó apareciendo como un miembro del antiguo régimen, barón de horca y cuchillo, advirtiendo a un empleado de que iba a perder su puesto. Al reciente cese sorpresa de Antonio Sevilla, presidente del puerto de Cartagena. La falta de gobernanza portuaria se hace cada día más patente. Se pueden repasar otra media docena de casos de conflictos con presidentes de puertos con sus comunidades portuarias o con el Estado.
El incidente de Granadilla, filtrado oportunamente por la policía portuaria que está en franca oposición al presidente de Puertos del Estado porque este se opone a otorgarles el estatus de la Guardia Civil, explica bien a las claras la frustración del presidente del regulador, que tiene que pedir permiso para entrar en un puerto, y por supuesto los empleados del puerto, incluida la policía portuaria, son ajenos a sus órdenes directas.
Llorca tendrá muchos defectos, pero como buen catalán tiene un carácter flexible, alejado de los improperios que le hicieron aparecer como un personaje histriónico y mal educado en El Confidencial, medio que curiosamente riega abundantemente de publicidad su ente.
Si algo le pudo pasar al presidente Llorca fue, como a todo ser humano, víctima de la frustración en medio de una inauguración presidida por Mariano Rajoy de no poder dar la más mínima indicación a unos operarios que deslucían el discurso del presidente.
Botón de muestra del que hay muchos más, aunque menos morbosos de este intra conflicto del Estado.
Pero hay un rosario de conflictos, desde Luis Ibarra en Las Palmas, hasta los últimos con Jaime Gónzalez o Morón.
Debe hacersele insoportable la levedad de su autoridad.
Esta muestra de roces entre el Estado y sus puertos es solo una breve lista, pero en la que se deduce que el presidente de Puertos del Estado incluso se ve obligado a disputar el protocolo a la hora de ser saludado por la casa real.
Pero es que en el otro extremo, los mismos presidentes de puertos elegidos por la comunidades autónomas, más bien por el presidente de la comunidad autónoma, sufren igualmente de la carencia de una clara posición en el ámbito jerárquico e institucional del Estado, o de su Comunidad Autónoma. Ya no digamos los directores, que sin atribuciones asisten a cargar con las responsabilidades pero no decidir.
Deben su nombramiento al presidente de la comunidad autónoma por lo tanto obediencia total, pero por otro lado rinden cuentas funcionalmente al organismo Puertos del Estado.
La falta de un nombramiento claro por los parlamentos autonómicos que deberían de examinar la idoneidad de los candidatos, produce que se vean sometidos desde el primer momento a un albur de intereses creados locales o nacionales que en muchos casos les sobrepasan.
¿De quién dependen? Del Parlamento autonómico, no. De incluso el gobierno autonómico, tampoco. Las más de las veces de camarillas que las más de las veces son también insoportables.
Salvo los viejos políticos que los retiran en los puertos y que tienen los colmillos retorcidos en cien batallas, hay varios en Andalucía, o los que están bendecidos por el mismo Mariano, Galicia, al resto se les hace cuesta arriba que como las primeras empresas de cada provincia por caja en bancos, todo el mundo pida algo.
Puestos a granel, dinero, ayudas, convenios, proyectos sociales, el número de eufemismos para esta caridad portuaria es infinito. Un puerto con 100 millones mínimo a plazo fijo es como un banco sin puertas.
Y a pesar de eso más de uno vive en la incomodidad de hacer en exceso lo que le piden.
Se lo pasan al director otro cargo este más vació de contenido aún. Más incómodo, y este gracias al mismo presidente de Puertos del Estado que lo destecnificó.
Los ceses intempestivos de presidentes de autoridades portuarias no son infrecuentes. El último, el de Antonio Sevilla, presidente del puerto de Cartagena, es otra muestra de como la política local trastoca completamente la política portuaria.
En este caso, Antonio Sevilla ha sido cesado fulminantemente por unos políticos que parece que han atendido en primer lugar a sus intereses que a los intereses del puerto.
Pero el caso de Sevilla no está aislado, por ejemplo Sixte Cambra en Barcelona, precavido, tardó solo días al poco tiempo de saber que su amigo Artur Más dejaba la primera línea política en Cataluña en diciembre, para anunciar que se retiraría con la llegada del nuevo Govern.
Ibarra se ha salvado por la acción de Germán Suarez.
El debate sobre la gobernanza portuaria debe por tanto abrirse a los expertos que opinen. En otro tiempo se intentó abrir el debate y opinar sobre ello pero no se avanzó, y ahora se ha constituido en un tabú que nadie quiere traspasar.
Hay ideas y buenas, Llorca las tiene, y muchos más, pero si el ministro no da el paso, y Julio tampoco seguirá este grave defecto de la legislación portuaria.
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